Cada verano, Alejandro esperaba con ansias visitar la casa de su abuelo Luis. Era una vieja casona en el campo, rodeada de flores silvestres y con un aroma a madera que parecía contar historias. Para Alejandro, los días con su abuelo eran mágicos. Luis era un hombre tranquilo, de palabras sabias y gestos llenos de cariño.