Había una vez, en un pequeño estanque rodeado de frondosos árboles y flores coloridas, una tortuguita llamada Tita. Tita era una tortuga muy curiosa y le encantaba explorar todo lo que había a su alrededor.
Un día, Tita escuchó a los patos hablar sobre un gran lago que estaba más allá del bosque. Los patos decían que el lago era tan grande que no se podía ver el otro lado y que había muchas cosas nuevas y emocionantes por descubrir. Tita se llenó de emoción y decidió que quería ver ese lago por sí misma.
Tita sabía que el viaje sería largo y difícil, así que se preparó muy bien. Empacó una mochila con sus cosas favoritas: una hoja de lechuga fresca, una manzana roja y una botellita de agua. También se puso su sombrero de paja para protegerse del sol.
Al día siguiente, Tita se despidió de su familia y amigos del estanque y comenzó su aventura. Caminó despacio, disfrutando del aroma de las flores y el canto de los pájaros. En el camino, se encontró con su amigo Pepo, el conejo.
Así, Tita y Pepo continuaron su viaje juntos. Cruzaron campos verdes, saltaron arroyos y subieron colinas. En el camino, encontraron a Lila, la ardilla, que estaba recogiendo nueces.
—Vamos al gran lago. ¿Quieres venir con nosotros? —invitó Tita.
—¡Claro que sí! —respondió Lila entusiasmada.
El grupo siguió adelante, y a medida que avanzaban, se unieron más amigos: Nilo el pájaro, Gabi la rana y Roco el erizo. Todos estaban emocionados por la aventura y se ayudaban mutuamente cuando el camino se volvía difícil.
Después de varios días de viaje, finalmente llegaron al borde del gran lago. Todos quedaron maravillados por su inmensidad y belleza. El agua era cristalina y podían ver peces de colores nadando alegremente. Había altos árboles alrededor y flores de todos los colores que adornaban la orilla.
—¡Lo logramos! —exclamó Tita, feliz de haber llegado.